por Francisco Umbral
De pronto, Delibes traiciona a su editor y amigo, Vergés, y le da un libro a Lara, Los santos inocentes, su mejor novela. La traición suele ser un género literario perfecto que nos da nuestros mejores resultados
Miguel Delibes gana el Nadal en 1947, como ya se ha contado aquí, y luego se siente abrumado por la fama del premio. Ha emprendido una carrera de escritor que no está muy seguro de seguir. Su amiga y compañera Carmen Laforet principia a vacilar. Tras unas primeras novelas de iniciación, Miguel Delibes, vallisoletano de la calle Colmenares, deduce que lo suyo no es la novela de argumento retórico, sino la sencillez, la naturalidad, el realismo, pero no el realismo como oratoria sino el realismo como realidad.
Y así es como acierta con El camino, novela de su infancia santanderina, de sus veranos de pueblo. El éxito del libro le asegunda en la opinión de que la realidad lo es todo -cosa que ya había dicho Florián Rey, sin él saberlo-, y sigue sacando libros que reproducen la realidad provinciana y campesina con asombrosa precisión, sostenida por una vigencia de trama fácil y fuerte, o compleja y clara.
Delibes va a ser el último novelista tradicional, no experimental, pero murieron los experimentos, agotados de novedad, y él sigue ahí, sin más concesión que la novela histórica, su último y grandioso encuentro. Dentro del realismo de posguerra, MD es quien mejor se adapta a las conductas del realismo social, y algunos críticos han dicho que este realismo queda lastrado por la intención paralizante, católica.
Pero uno repara en que toda la novelística social, tenía una intención estética, marxista.
Si aceptamos la novela de tesis, hemos de aceptar todas las tesis, no sólo las nuestras.
Así, los profesionales de la novela social nunca se interesaron por la novela metafísica, un suponer. Delibes no es metafísico, sino un hombre, directo y sencillo que se interesa por la insinuación feliz de un orden superior para el mundo. Siempre ha sido tan discreto en esto que a veces ni se le nota. Delibes es un godo castellano, alto y rubio, de ojos claros e irónicos, que mete mucho humor en sus novelas, pero detrás de ese humor está siempre la paz sobrenatural del hombre bueno. Mi idolatrado hijo Sisí es la novela contra el hijo único, contra la restricción de la natalidad. Propugna, como Franco, aunque no desde Franco sino desde la Iglesia, la proliferación de las familias. él mismo es hoy una arborescencia de hijos y nietos, un patriarca de la tribu familiar.
La hoja roja denuncia la desatención social al viejo, al jubilado, empezando por la familia. Pero a uno esa tesis le da igual y la prefiere en un ensayo o un folleto. Lo que vale aquí es la vulgaridad del personaje, milimétricamente dada, y de quienes le rodean, como la brutal y entrañable Desi. De pronto, Delibes traiciona a su editor y amigo, Vergés, y le da un libro a Lara, Los santos inocentes, su mejor novela, y Mario Camus hace una gran película de ella. La traición suele ser un género literario perfecto que nos da nuestros mejores resultados. En un libro político a un punto de publicarse explico la traición política, desde Maquiavelo a Adolfo Suárez, y me he convencido a mí mismo de que hay traiciones muy fecundas.
A Delibes le vino muy bien cambiar de aires editoriales, aunque luego volvería a su viejo amigo. De su última novela, El hereje, ya se ha escrito mucho como para tratarlo en esta glosa de urgencia, pero sólo diré que es una gran novela a la que le falta el ambiente, el clima. Pensemos en lo que habría hecho Laínez, el de Bomarzo, con la España inquisitorial del XVI, con el Renacimiento español, que fue un Renacimiento entre hogueras.
Yo conocí a Delibes en mal momento, pues estaba uno en plena pedantería filosófica, en plena orgía lírica, y el maestro me explicó:
-Mira, Paco, hay un nivel literario y otro periodístico. Tú escribes muy bien, pero...
Es la primera y única lección de periodismo que me han dado en mi vida. Suficiente. Luego, ya periodista en Madrid, yo, le llené El Norte de Castilla de periodismo puro, prensa del corazón, glosa política, crítica de lo que había, que era el franquismo, y otras amenidades. Cuando ha apostado por mí, Miguel siempre ha acertado.
Cuando ha apostado por otros se ha equivocado. El libro suyo que más me gusta es Diario de un cazador, porque es el más lírico y el menos argumental. llega una edad en que uno se cansa de los asuntos -ya tiene bastantes en la vida-, y se mueve entre la reflexión y la lírica. Plá y otros han denunciado la pasión tardía por la novela, que es impotencia para pensar o sentir el yo definitivo y terminal.
Delibes ha pasado a ser un autor de las clases medias y la burguesía adulta, porque el experimentalismo de los jóvenes es malo. Uno de los grandes dañados con el boom latinoché fue Delibes, ya que aquello supuso la caída del realismo decretada desde la izquierda. MD se sostuvo entre la burguesía que lee -la única clase que lee- por su gran calidad, pero él se sabía “superado” por los nuevos escritores americanos- años 60/70- e hizo una novela/burla del experimentalismo, que fue un fracaso como novela y como burla. Después de esto, vuelve tranquilo a su manera habitual y todavía da grandes frutos, aunque su visión de la naciente democracia es más bien un poco reaccionaria, dado que quienes la interpretan son los medios agrarios, siempre conservadores y atrasados.
Pocos autores han seguido a Delibes en la vuelta al realismo, y no muy afortunados. Hay ejemplos discretos, pero excesivamente académicos. Delibes, en su realismo, nunca perdió una lozanía de actualidad y una gracia redentora, un humor de hombre serio. Una vez, a la salida de la Academia, Cela le preguntó:
-¿Tú no usas helicóptero para las conferencias?
-Nunca lo había pensado.
-Pues yo uso helicóptero y doy tres conferencias en una tarde.
(El procedimiento del Cordobés en las corridas). Y Miguel:
-Tú, Camilo, es que siempre has sido de mucho aparentar