Es muy recomendable la lectura de «Mi historia de amor con el arte moderno» (Turner), de Katharine Kuh, galerista, coleccionista y mecenas. Se trata de los recuerdos y experiencias de una de las mujeres más influyentes en el arte norteamericano del siglo XX. Explica que una de las cosas que más le han llamado la atención es que la crítica de arte de «New York Times» John Canada y recomendaba que no hubiera contacto con los artistas para así asegurar la objetividad y fiabilidad de sus artículos. Sospechaba Kuh, además, que esa profilaxis ascética demostraba la debilidad del escritor ante lo visible. A la larga, para lo único que ha servido es para que la crítica de arte se convierta en un producto indigerible sólo apto para otros críticos y consumidores de arte indigerible. La degeneración de este género obligará en breve a que escritores con suficiente gusto y amor por el arte lo rescaten para el gran público. Ya verán. Katharine Kuhn narra cómo se llega a la casa de Hopper: sube por un camino, pisa la hierba, deja el mar a su espalda, abre la puerta y se encuentra con sus pinturas. Allí está «Habitación junto al mar». Es el final del verano y Hopper, cuenta Kuhn, está deprimido. Recuerda entonces otro cuadro, «Sol en una habitación vacía». Hopper se negaba a analizar su pinturas porque creía que así se diluía su significado. Bastaba con contar lo que vemos, quien pueda y sepa, claro.
por Manuel Calderón
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