sábado, 23 de agosto de 2008

Enero 1999

El verano del cohete

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo a
dornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de p
ar en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.

Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas.
El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida.

El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo.

El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra...

Ray Bradbury

3 comentarios:

Dulcinea dijo...

Se me ocurre una maldad sobre el sotanillo.

Leeré Crónicas marcianas. Has puesto un aperitivo muy atractivo.

Atiza dijo...

Qué letrillas tan plásticas, oye!

Dulcinea dijo...

Ya estoy leyendo las Crónicas.
Chachi.