por Iñaki Ezkerra
Con motivo de su paso por México y del homenaje que le ha rendido la Feria del Libro de la Guadalajara, Ray Bradbury ha recordado sus difíciles comienzos y cómo empezó a escribir en la Biblioteca de la Universidad de California a la cual no pudo asistir como estudiante porque su familia era demasiado pobre. Fue dentro de esa biblioteca y al descubrir en sus sótanos veinte máquinas de escribir que funcionaban con monedas cuando escribió 'Fahrenheit 451'. Bradbury ha contado cómo decidió inmediatamente que ésa sería su oficina y cómo puso una moneda tras otra -nueve dólares en nueve díashasta acabar la novela que le consagró como escritor.
Cuando uno escucha esas declaraciones, cuando imagina a un jovencísimo Bradbury introduciendo con entusiasmo sus monedas en esos antiguos cachivaches, se acuerda del niño que le tira de los pantalones a su padre para que meta otra moneda en uno de esos elefantes o helicópteros o camiones o cohetes espaciales que suele haber en las entradas de ciertos locales y en las galerías comerciales para que los críos no se aburran mientras sus padres comen, beben o compran.
Y uno se acuerda también del ludópata que introduce frenéticamente un euro tras otro en la tragaperras con la esperanza de que le salga el superpremio de una fila entera de fresas o limones. Y uno entiende la ilusión de aquel joven y pobre escritor accediendo a aquellos tanques antediluvianos, apurando cada minuto que cada dólar le otorgaba, volando entre las nubes y estrellas de su primer relato, surcando las carreteras y las selvas de la ficción o viendo caer el torrente de monedas del mejor superpremio: 'Fahrenheit 451'.
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1 comentario:
Fahrenheit 451', premonitorio y aterrador a partes iguales.
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